Particularidades de la Presencia franciscana en América latina. Congreso OFS-JUFRA


Redacción PyB

Reproducimos a continuación un interesante material para reflexionar sobre la presencia franciscana en América Latina. El mismo fue presentado por Fray Jorge Peixoto OFM Conv durante el Congreso Latinoamericano OFS-JUFRA, el dia 24-5.

Esperamos sea de utilidad para todos nuestros lectores.

Paz y Bien!

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INTRODUCCIÓN

¿Tiene la familia franciscana una misión de representación del misterio de Jesús hoy? ¿Cuál es su vocación propia y específica?

En preparación al encuentro de La Montonera- Pilar 22-27 mayo,  sobre el tema de las ‘Particularidades de la Presencia Franciscana en América Latina’, te pedimos que nos respondas a estas tres solicitudes:

1.- Nombrar dos presencias franciscanas significativas, en la realidad en la que vives, que cuenten actualmente con la participación de hermanos de la OFS.

2.- Mirando hacia atrás, conoces otras presencias que forman parte de la memoria de tu fraternidad seglar.

3.- Que características señalarías como  expresión del carisma franciscano seglar de esas presencias.

Vamos a centrar nuestra atención en la ‘secularidad’ de la vocación franciscana. No vamos a hacer un monitoreo de las variadas presencias a los largo de la historia y en los variados escenarios culturales de Latinoamérica. Con simplicidad y brevemente proponemos clarificar el término ‘secular’ y señalar las características de la mirada propia de los franciscanos.. Bien sabemos que Francisco no pretendió instalarse en ningún lugar, sino que consideraba el mundo, en toda su extensión, como su convento.

PRESENTACION DEL TEMA

La familia franciscana presente en expresiones seculares

El carisma franciscano siempre se ha caracterizado por la pobreza y la humildad, la sencillez y alegría. Francisco y Clara de Asís nos han mostrado con sus vidas un estilo y una forma muy especial de vivir la fe en Jesucristo. Una fe que quiere humanizar a las personas y hacer más habitable nuestro mundo. En nuestra condición de familia representamos una fuerza muy importante. Tenemos un mensaje que comunicar, tenemos un proyecto de vida que deseamos ofrecer y compartir con los demás.

En el inicio de nuestra exposición, vamos a centrar nuestra atención en la ‘secularidad’ de la vocación franciscana, para ello tenemos que precisar el significado del término ‘secular’. Desde luego, ‘secular’ no tiene nada que ver con ‘ateo’ o ‘antireligioso’, sino todo lo contrario: quiere decir que es posible encontrar a Dios en el mundo secular, en todas las cosas de este mundo. Nadie tiene que abandonar el mundo para encontrar a Dios.

Precisamente, queremos recordar el hecho de que Francisco descubre a Dios en el mundo, en el abrazo de un pobre excluido, despreciado y miserable, en un encuentro con la miseria social, que se le presenta en la persona del leproso. Francisco rompe con un cierto tipo de ‘mundo’, el mundo marcado por la exclusión y la crueldad, que produce siempre nuevos leprosos. Entra en ese mundo desde otro lugar, desde el mundo marcado por la misericordia y la ternura de Dios que se manifestó en la pobreza y humildad de Jesús, que rescata al hombre y todas las criaturas, poniéndolas en el centro de su amor. Esa experiencia de Dios la vive en un auténtico encuentro.

‘Cuándo los hermanos van por el mundo deben obrar según el espíritu del Evangelio’ ( RB 14,1). Una comunidad de hermanos/as que caminan por el mundo con una mirada nueva que se fecunda en el encuentro con el Amor humanizado y humilde de Dios en Jesús. Comunicamos un mensaje porque la paz de Dios se hace carne en nuestra carne. Nuestra misión consiste en ser testigos de Dios en el mundo. Podemos hablar de una espiritualidad profundamente ‘secular’. Nuestro claustro es el mundo. En este sentido entendemos el sentido ‘secular’ de nuestra vocación franciscana.

Esta vocación secular de la espiritualidad franciscana no siempre se mantuvo a lo largo de la historia. Ya en los orígenes surgieron corrientes que lograron otros modelos más parecidos a los caminos tradicionales. La separación del mundo o de la gente del mundo, se acentuó muchas veces una distancia, alejándonos de la vida corriente de cada día. La clericalización de la vida de los frailes y también de muchos laicos nos fue distanciando del mundo secular. Y algunos hermanos de la OFS que seguían viendo en el mundo levantaban una especie de clausura en sus corazones. Se reunían en asociaciones piadosas sin mayor influencia y presencia en la sociedad. Sin embargo, muchas fraternidades lograban algunos efectos sociales, como la resistencia a los sistemas políticos vigentes o creando alternativas educativas, económicas y de desarrollo humano.  Pensemos, por ejemplo, en los “Montes de Piedad”, iniciativa franciscana del siglo XVII, respetuosa con las reglas económicas del mercado, pero con la intención de proteger a los excluidos de los medios de producción, e inducir a los más pudientes a concienciarse del deber de la solidaridad para con los más necesitados, en el contexto de una antropología inspirada en valores “improductivos” (religión, arte, servicio caritativo…), pero capaz de acoger y sustentar la lógica productiva. La lección, pues, no es la de repudiar el ámbito secular, sino afirmar que se trata de estar presente con otra lógica, fundada en la lógica suprema del amor que nos reveló Jesús.

Nada, por tanto, de propuestas ilustradas, rupturistas, asépticas, que parten de cero, que toman distancia de lo ‘secular’ para “pensar y vivir como franciscanos’. Porque vivir a fondo lo humano mejora nuestra calidad cristiana. La contemplación del Cristo pobre mejora en medio de la acción, en las relaciones de cercanía y projimidad. La mirada de fe crece cada vez que ponemos en práctica el Evangelio. El franciscano/a afirma en voz alta que dicho amor es la fuente y el origen de la humanidad. Además, ese amor hace que la convivencia sea “humana”, distinta de la que caracteriza a todas las demás criaturas; se dice y confirma “convivencia humana y fraterna” puesto que desafía a los instintos dictados por la naturaleza posesiva.

Esas pequeñas indicaciones deberían bastar para introducirnos en el tema de lo particular de nuestras presencias enlazada a la espiritualidad secular de los orígenes. Rescatar, como familia franciscana nuestra original espiritualidad secular, pues ella sigue siendo, por encima de todas nuestras diferencias, nuestro vinculo de unidad y nuestra carta de identidad.

Para hablar de nuestra particularidad presente en la realidad,  utilizaré la categoría que nos es propia de minoridad en la misión o en nuestras presencias fraternas:

  • La presencia franciscana consiste en ser menores viviendo en el mundo,
  • con una forma de vida que nos hace socialmente menores, en el  mismo lugar de los menores, opción por ellos y desde ellos,
  • llamados a promover la justicia y la paz conviviendo en la creación,
  • liberados de toda posesión, con una libertad desapropiada de todo, para vivir el Evangelio,
  • seguidores de la vida y del Amor menor de Jesucristo.

Recordemos las palabras de la Regia Bulada: “cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan de palabra, ni juzguen a otros; sino sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes, hablando a todo decorosamente como conviene. “(RegB 3,10-1 1).

Criterios para una Presencia Franciscana  con mirada propia

Proponemos dos criterios que son imprescindibles recordar, al intentar reflexionar sobre la Presencia Franciscana ante el reto de los desafíos que se viven en lo ‘secular’’:

  • primero, que para dialogar con la realidad necesitamos recuperar el sentido de nuestra identidad apoyados en la fecundidad de nuestra espiritualidad y pensamiento franciscano,
  • segundo, que este contenido se debe incorporar en nuestras presencias en un nuevo lenguaje. Un carisma necesita de un lenguaje para comunicarse con los otros.

 

En otros tiempos –románticos y modernos- bastaban algunos significados que hoy día, han dejado de ser elocuentes. Esos signos alentaban una variedad de indicaciones sociales y culturales significativas, como la consagración a un apostolado estable o para siempre, la confianza en la institución o en la capacidad de organizar proyectos razonables, el compromiso afectivo, el liderazgo en grupo comunitario. Se planificaban acciones pastorales y educativas, se socializaban discursos y se encontraban respuestas que correspondían a las indicaciones previstas. También se incorporaron las tecnologías de avanzada produciendo una nueva eficiencia, pero al mismo tiempo una nueva conciencia. Todo esto vivido en un clima de optimismo y en la perspectiva de un promisorio futuro para la comunidad. Desde la razón se podía prever el futuro y calcular las acciones de modo que el crecimiento quedaba garantizado. Y porque no decirlo, en la actualidad todo esto resulta insuficiente y hasta es recibido con contrariedad y escepticismo.

Vamos a ver si es posible ampliar nuestra panorámica y recuperar los elementos positivos de las observaciones precedentes. Para ello nos situamos en la perspectiva franciscana que sigue siendo para nosotros un criterio claro de singularidad. Es casi imposible salirse de cierta perspectiva al momento de concretar un vocabulario de comprensión de su realidad. Vivir en cualquier cultura requiere asimilar sus perspectivas y sus evaluaciones implícitas. Nuestra tarea será mirar desde dentro, o sea  desde el ‘fenómeno de cambio de época’ nuestro nuevo horizonte, con actitud positiva porque estamos dentro de él. ¿Siguiendo este camino encontraremos algunas esperanzas o motivos que ofrezcan nuevas posibilidades? Recordando que las argumentaciones o consideraciones propuestas no serán una consecuencia necesaria de acuerdo a la aceptación de la lógica o cultura actual, sino que serán sostenidas por la fundamentación de nuestra perspectiva franciscana, que promueve la formulación de un nuevo paradigma, para hacernos presentes como discípulos del Evangelio con un nuevo estilo pastoral en lo secular.

 

Nuevos escenarios para presentar la espiritualidad seglar

Hay muchas voces que escuchar. Pluralismo y diversidad. Dialogo y solidaridad, justicia y paz.

Se está fecundando un nuevo paradigma que nos abre y nos hace sentir que estamos participando de un mismo tejido vital, que gozamos de la misma pertenencia a la vida. Se siente la urgencia de relaciones interpersonales que nos permita compartir la vida con un renovado compromiso por la cualidad de nuestros encuentros y diálogos. Una nueva convivencia. Se trata de voces diversas que cantan la misma canción.

El dinamismo propio del Evangelio es dialógico: es el diálogo en libertad de Dios con los hombres y, al mismo tiempo, el diálogo de los hombres entre sí. La Iglesia está llamada a hacer presente en la historia este diálogo en la libertad. Ésta, por una parte, debiera ser interpelación a la libertad del otro desde la verdad creída, reconocida y vivida y, por otra, en esta comunicación y diálogo debiéramos ser capaces de acoger la verdad que se manifiesta en el otro. Hablamos de diálogo cuando se produce una interacción dinámica entre los participantes, cuando el hablar y el escuchar son momentos de una misma acción del sujeto, cuando dar y acoger se sitúan como dimensiones de un mismo diálogo. Y todavía algo más, pero muy importante: en el Evangelio, el diálogo tiene por objeto constituir en ‘protagonistas’ a aquellos que la sociedad excluye. La Buena Noticia es para todos, como comúnmente se afirma, pero el interlocutor privilegiado son los pobres de la ‘urbe’.

La solidaridad se expresa y realiza en nuestro interés real por los otros, por lo que piensan y viven. ¿Conocemos lo que sucede fuera de nuestras comunidades, instituciones e intereses inmediatos? ¿Qué importancia real tienen para nosotros los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo? ¿De qué modo participamos de la vida de nuestra sociedad? la solidaridad supone una valoración profunda de la creación de Dios, pero también de la creación de los hombres. No sólo nuestra actividad, la de los cristianos, la de la Iglesia, contribuye a la instauración del reinado de Dios en medio nuestro. Y aunque parezca obvio, conviene recordarlo: no  sólo las prácticas religiosas (liturgia, oración, caridad, predicación…) tienen significación salvífica, sino también la política, la economía, el arte, la sexualidad, el trabajo, etc. ¿Comprendemos y valoramos todo esto?

El franciscano/a educa y e compromete en y para la justicia, que se expresa a través de las leyes sin agotarse en ellas, y alimenta una actitud crítica, pero no subversiva o revolucionaria. En este campo, hay que señalar la desproporción entre los instrumentos políticos a nuestro alcance en lo local, y la dimensión mundial de los problemas económicos y ambientales. Pero, se podrá conseguir una cierta y deseada proporción entre los problemas y la política, únicamente si se recupera la espiritualidad franciscana en lo secular, entendida como bien que lleva a la solicitud para con el otro. Éste es quizás uno de los desafíos éticos más sugestivos. El compromiso con la justicia, la paz y la integridad de la creación, va más allá de la esfera de la negociación social y la valoración política, puesto que es infinita, absoluta, se funda en la gratuidad de la Bondad del Creador y supera los límites de cualquier configuración política, respecto a la cual constituye un estímulo para el cambio o un motivo de controversia con vistas a suscitar nuevos modelos. La responsabilidad moral para con el otro y el cuidado de la creación, se traduce en una cuestión de justicia, y ésta no es sólo un asunto de tipo ético y moral, sino también político.

 

De la soledad institucional y el individualismo personal, a la fraternidad, interdependencia y relación.

El vínculo y la cercanía pueden organizar nuestra identidad como lugar de encuentro con los otros, un lugar abierto a todos. Una vida en la que se pueda pasar de la indiferencia y el desinterés a la acogida, a la preocupación afectiva y responsable de los otros. En la actual situación del diálogo de las culturas, de la relación de género, de la voz de la ecología, en un clima de pluralismo, es el paradigma de la alteridad el que da la densidad ética y nos llama a la bondad. Es la nueva concepción del vínculo con los demás, sin posesión y en fraternidad, la que nos hace leer de modo coherente las coordenadas del tiempo y el espacio, de la ecología y la historia, de la relación y la diversidad.

Fortalecer el lenguaje simbólico, los signos y gestos, los ‘como se hacen las cosas a la eficiencia’, ya que cada realización humana es un pedacito de cielo aquí en la tierra. El Franciscano puede ofrecer a la ciudad secular  uno de sus signos más convincentes: la fraternidad de rostro humano y solidario, también llamada en la pastoral, ‘iglesias de casa’ o ‘comunidades de base’ en sus diversas formas.

De la confrontación y el conflicto a la convergencia. Una relación menor. La necesaria cercanía de los otros.

 

La violencia  pertenece a la pre-historia, como estructura que ha marcado nuestro pasado. Sin embargo el rostro violento no pertenece al Dios cristiano. La Pasión de Jesús condena la violencia, por consiguiente lo que constituía el fundamento o justificación del otro como enemigo a quien hay que vencer. Jesús convierte sin destruir al otro. La Pasión de Jesús, tan central en la espiritualidad franciscana, censura las páginas violentas de la historia escritas por los vencedores y los fuertes. Es necesario releer la historia de los vencidos y oprimidos a partir de la Pasión de Cristo. El Dios de Jesús no tiene sed de sangre, al contrario denuncia la violencia, a la que quiere convertir por medio del amor. El perdón implica el sacrificio de sí mismo en lugar del otro, al que restituye su inocencia, borra la culpa y lo trata como hermano. Es aquí donde la verdad de Cristo se nos vuelve Bondad. Es aquí donde la Bondad es el secreto de la verdad. Es la novedad de Cristo a la historia. Es el ‘novum’, que no se puede prever, ni derivar de categorías racionales o especulaciones intelectuales. ¿Por qué Dios las ha querido así y no de otra manera? Este es, en el fondo, el tema franciscano de la bondad como esencia secreta de la verdad. El redescubrimiento en la Pasión de Cristo de la bondad como fuente de la verdad.

El modo de ser menor es el camino a recorrer para vivir ese ‘novum’ en una nueva relación con los otros. Una relación donde los demás son importantes. La relación desde la minoridad se nos presenta como la sustentación del mundo que esperamos. Es hermoso ser arrastrado por el espíritu de la kénosis, del abajamiento, de nuestra espiritualidad franciscana en el abrazo del leproso, la solidaridad y el servicio menor. Es el Buen Samaritano que primero hospeda en su corazón al otro-herido, para después compartir su tiempo y hacer un lugar en su camino para el hermano. No necesitamos inventar la solidaridad, existe por todas partes como estructura de la postmodernidad, pero necesitamos recrear la minoridad como la actualización del ‘novum’ de Dios para la historia. Todos nos convertimos en alumnos y maestros.

 

El encuentro directo con los otros guiados por la mística del ‘cuidado’.

Un nueva comprensión del mundo emerge, más interdependiente y holística, más afectiva y responsable de la vida de todos. Sin lugar a dudas que esta comprensión o paradigma nos atrae y nos hace ver las cosas de otra manera, sin embargo nos trae nuevos interrogantes, todo se hace más complejo, abierto y posible, necesitamos una verdadera alfabetización y una nueva ética. Cuando hablamos de paradigma todo vuelve a comenzar, y por eso nuestras certezas y argumentos se colocan a la par de los analfabetos de lo nuevo que empiezan a caminar. No es retórica ni falsa humildad reconocer que necesitamos ser menores para recomenzar, porque sencillamente estamos aprendiendo. No destruimos nuestra herencia, sino que nos abrimos a una nueva perspectiva. No desconocemos nuestras raíces, sino que dejamos fluir la sabia interior, lo esencial que debe permanecer en el devenir del tiempo. En este sentido no se trata de hablar sobre el cuidado como categoría del pensamiento, sino hablar a partir de un modo de ser del cuidado en nuestra espiritualidad, tal como se hace presente en nuestro modo de vida. Somos o no somos cuidado. O sea que es un modo de ser humano. Es una salir de sí y centrarse en el otro con desvelo y desinterés. No es inútil recordar que el modo esencial de ser franciscano pasa por el corazón, por los sentimientos de bondad y gratuidad, por el cuidado de los hermanos de la fraternidad y las hermanas creaturas, sufrir y alegrarse con aquellos a los que estamos unidos porque los amamos. Porque aquello que nos hace hermanos es el mismo Espíritu.

Una fraternidad tiene corazón, no solo proyectos y tareas que cumplir. La puerta de entrada a la fraternidad no puede ser la razón ni el interés, pues nos arrastraría hacia la realización de una empresa más que una fraternidad. El sentimiento, la capacidad de sentirse afectado por el hermano, de implicarse en la vida del otro sin poseerlo ni humillarlo, son los contenidos normativos de una relación fraterna. Admitir que la prioridad de la bondad y el cuidado que se funda en la Bondad Original de Dios, debe organizar el pensamiento y la expresión humana, no significa dejar de trabajar y de actuar en el mundo. Al contrario, impulsa a un modo de ser nuevo que renuncia a todo tipo de poder de dominación que reduce a los otros en objetos sin historia y sin sentimientos. Admitir la prioridad del cuidado y la bondad hace que el encuentro humano tenga valor y valga la pena convivir. El cuidado se expresa en la categoría del hermano ‘guardián’, como el que custodia y sirve a los hermanos, el que se desvela desinteresadamente, que se hace menor y disponible, y al mismo tiempo designa una actitud fundamental o modo de ser, que posibilita  una existencia nueva. Este cuidado en todo lo que se hace y se proyecta, en lo que se siente y toca, es la característica sobresaliente de la espiritualidad franciscana. La hemos aprendido del cuidado de Dios hacia nosotros manifestado en la vida de Jesús. Es el abajamiento como ‘minoridad’ que  hacemos siguiendo las huellas de Cristo, ya que ‘quien se humilla será exaltado’. La misericordia se considera la característica básica del mensaje de Jesús. Un abajarse que tiene valor de novedad evangélica, cuando se opera en el Espíritu Santo.

Ojalá que guiados y alentados por el Carisma de los Menores, como “discípulos del evangelio en lo secular”, podamos responder con creatividad.

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